Miranda Rodríguez
“El infierno son los otros”.
En el ser humano es fundamental la libertad. Lo que nos hace
personas es nuestra capacidad y necesidad para construirnos a nosotros mismos
en función de nuestros proyectos. Esta dimensión es también lo que nos hace
sujetos, no meras cosas. Las cosas no tienen subjetividad, ni voluntad, ni
metas, ni están abiertas al futuro, las personas sí. Pero el hombre necesita
del otro para su propia realización y para el reconocimiento de sí mismo; no es
posible la vida humana solitaria. En este punto se plantea una cuestión
fundamental: ¿es posible tratar al otro como a un sujeto, como un ser que tiene
sus propios proyectos, como un ser libre? La respuesta de Sartre es pesimista:
no. Invariablemente, en la relación con los demás o bien el otro nos tratará
como meras cosas o bien nosotros lo trataremos a él; yo intento esclavizar al
otro y el otro intenta esclavizarme a mí. La esencia de las relaciones
interpersonales es el conflicto. Sartre expresa gráficamente esta idea
señalando que “el infierno son los otros”.
Sartre tiene una visión pesimista de la comunicación, para
él la presencia de otra subjetividad en mi vida es, en realidad, una
intromisión; más aún, trae consigo mi cosificación, mi dejar de ser sujeto para
pasar a ser un objeto, un instrumento del otro que me mira. Ni que decir tiene
que lo mismo ocurre en el caso inverso: mi aproximación al otro, mi mirar al
otro, nunca puede acabar en otra cosa que en el fracaso, bien por ceder ante su
subjetividad y perder la mía, bien por tratarla como cosa, esclavizarla. Como
señala Sartre “la esencia de la relación entre las conciencias es el
conflicto”.
La mirada tiene dos dimensiones: el otro me puede mirar,
pero yo le puedo mirar. Surge así la dialéctica de las libertades, la lucha y
el conflicto. Ante la presencia del otro caben dos actitudes: o bien nos
afirmamos como sujetos y en esa afirmación nos apropiamos de la libertad del
otro y cosificamos su ser, o bien intentamos captar al otro en su libertad, en
su ser sujeto, pero a costa de perder nuestra libertad y convertirnos en meros
objetos.
Esta idea sartriana tiene una consecuencia importante:
Hace al hombre radicalmente responsable: no tenemos excusas,
lo que somos es una consecuencia de nuestra propia libertad de elección; somos
responsables de nosotros mismos, pero también del resto de la humanidad; lo que
trae consigo el sentimiento de angustia y, en los casos de huida de la
responsabilidad o la conducta de mala fe, por lo que debemos asumir las
consecuencias de nuestros actos de manera responsable.
Así pues como y como dice Sartre: "El hombre nace
libre, responsable y sin excusas."
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