lunes, 2 de diciembre de 2013

A puerta cerrada, Jean Paul Sartie

                                                                                                                                Miranda Rodríguez
“El infierno son los otros”.
En el ser humano es fundamental la libertad. Lo que nos hace personas es nuestra capacidad y necesidad para construirnos a nosotros mismos en función de nuestros proyectos. Esta dimensión es también lo que nos hace sujetos, no meras cosas. Las cosas no tienen subjetividad, ni voluntad, ni metas, ni están abiertas al futuro, las personas sí. Pero el hombre necesita del otro para su propia realización y para el reconocimiento de sí mismo; no es posible la vida humana solitaria. En este punto se plantea una cuestión fundamental: ¿es posible tratar al otro como a un sujeto, como un ser que tiene sus propios proyectos, como un ser libre? La respuesta de Sartre es pesimista: no. Invariablemente, en la relación con los demás o bien el otro nos tratará como meras cosas o bien nosotros lo trataremos a él; yo intento esclavizar al otro y el otro intenta esclavizarme a mí. La esencia de las relaciones interpersonales es el conflicto. Sartre expresa gráficamente esta idea señalando que “el infierno son los otros”.
Sartre tiene una visión pesimista de la comunicación, para él la presencia de otra subjetividad en mi vida es, en realidad, una intromisión; más aún, trae consigo mi cosificación, mi dejar de ser sujeto para pasar a ser un objeto, un instrumento del otro que me mira. Ni que decir tiene que lo mismo ocurre en el caso inverso: mi aproximación al otro, mi mirar al otro, nunca puede acabar en otra cosa que en el fracaso, bien por ceder ante su subjetividad y perder la mía, bien por tratarla como cosa, esclavizarla. Como señala Sartre “la esencia de la relación entre las conciencias es el conflicto”.
La mirada tiene dos dimensiones: el otro me puede mirar, pero yo le puedo mirar. Surge así la dialéctica de las libertades, la lucha y el conflicto. Ante la presencia del otro caben dos actitudes: o bien nos afirmamos como sujetos y en esa afirmación nos apropiamos de la libertad del otro y cosificamos su ser, o bien intentamos captar al otro en su libertad, en su ser sujeto, pero a costa de perder nuestra libertad y convertirnos en meros objetos.
Esta idea sartriana tiene una consecuencia importante:
Hace al hombre radicalmente responsable: no tenemos excusas, lo que somos es una consecuencia de nuestra propia libertad de elección; somos responsables de nosotros mismos, pero también del resto de la humanidad; lo que trae consigo el sentimiento de angustia y, en los casos de huida de la responsabilidad o la conducta de mala fe, por lo que debemos asumir las consecuencias de nuestros actos de manera responsable.

Así pues como y como dice Sartre: "El hombre nace libre, responsable y sin excusas."

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