miércoles, 30 de octubre de 2013

"San Manuel bueno, martir"



La novela gira en torno a las grandes obsesiones unamunianas: la inmortalidad y la fe. Pero se plantean ahora con un enfoque nuevo en él: la alternativa entre una verdad trágica y una felicidad ilusoria. Y Unamuno parece optar ahora por la segunda; todo lo contrario de lo que harían existencialistas como Sartre o Camus. Así, cuando Lázaro dice: “La verdad ante todo”, don Manuel contesta:Él quiere hacer a los hombres felices: “Que se sueñen inmortales.” Y sólo las religiones, dice, “consuelan de haber tenido que nacer para morir”. Incluso disuade a Lázaro de trabajar por una mejora social del pueblo.
Según esto, el autor estaría polarmente alejado no sólo de los ideales sociales de su juventud, sino también de aquel Unamuno que quería despertar las conciencias, que había dicho que al paz es mentira, que la verdad es antes que la paz.
Por otra parte, San Manuel es también la novela de la abnegación y del amor al prójimo. Paradoja muy unamuniana: precisamente un hombre sin fe ni esperanza es quien se convierte en ejemplo de caridad.
Por otra parte queda el problema de la salvación. El enfoque de la cuestión es complejo, por la ambigüedad que introduce el desdoblamiento entre autor y narrador. Según Ángela, “don Manuel y Lázaro se murieron creyendo no creer lo que más nos interesa, sin creer creerlo, creyéndolo. Tan paradójicas del personaje-narrador, ¿eran compartidas por el Unamuno-autor? El interrogante queda abierto. Cierto es que Unamuno, en el epílogo toma la palabra y, en sus reflexiones finales, podría verse una voluntariosa apuesta por la esperanza. Pero es un punto que queda abierto a la discusión.

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